viernes, 3 de septiembre de 2010

La pérdida de los años

Anónimo


Estaba pensativo, un poco más de lo normal. Caminaba por un pasillo estrecho, con lentitud, sus brazos se encontraban unidos por sus manos a la altura de la cadera, por detrás; seguramente una pose que conozco desde que nací. Su mirada buscaba algo con mucha ansiedad y la expresión de su rostro declaraba que aún no lo había logrado encontrar.


Acompañada por una de mis hermanas, lo mirábamos de reojo, haciéndole creer que disfrutábamos de nuestra lectura.


El tiempo parecía no pasar. Me preguntaba qué buscaba con ese interés, tanto que olvidé la lectura. Segura de que no me pediría ayuda, y de que era en vano ofrecérsela, comencé una búsqueda con la mirada. Lo observé detenidamente, si su desesperación llegaba a ese punto, me pareció evidente que algo personal le faltaba. Perpleja al darme cuenta de que no era así –llevaba sus lentes, lapicera, billetera, agenda electrónica-, desistí en mi búsqueda.

Pasaron algunos minutos y papá parecía más preocupado. Sin dejar de caminar, ahora nos miraba por unos segundos. Se notaba su indecisión, pero no sabíamos a qué se debía.


Cada vez estaba más decidido a hablarnos, pero parecía que una especie de traba a su ser vasco, no se lo permitía. Pero esa posición no le podía durar mucho tiempo más, necesitaba encontrar lo que había perdido.

Se acercó de tal manera que prácticamente podía susurrarnos; suspiró, y nos dijo: “Sé que esto puede sonar raro, pero… ¿alguna vio mis muelas?”
 
Extraído de: http://www.historiasdecaracter.com/

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